jueves, 31 de enero de 2013

Superar la pérdida


<< El otro día, conduciendo hacia el trabajo, recordé el miedo.

Llovía. Mucho. El viento soplaba, fuerte, en la semioscuridad. Si condujera mi coche sentiría la inestabilidad en las manos, en el tacto con el volante. Pero lo que recordé nada tenía que ver con el miedo a perder el control de mi coche, no. No. Lo recordé a él. Recordé el miedo que sentía por su seguridad cada vez que llovía o el viento soplaba algo más fuerte de lo normal. La imagen que acudió a mi mente fue la que tenía de él trabajando a un montón de metros de altura. La angustia cuando los meteorólogos predecían nuevos temporales.

Luego me crucé con un coche negro, un modelo muy parecido al suyo, casi diría que era el mismo, y lo que recordé fue… la felicidad. Y, como siempre, fue doloroso. Es doloroso incluso aunque no sea el mismo coche. Incluso aunque sólo sea un modelo parecido al suyo, negro.

De pronto todo el mundo vuelve a tener el mismo coche, o coches muy parecidos. De nuevo es doloroso.

Sin embargo, ese dolor, ese inmenso dolor, fue mil veces más llevadero que el miedo que sentía antes por su seguridad. Y suspiré aliviada, porque sí, es dolorosísimo recordar la felicidad perdida, sobre todo cuando constantemente la anhelas. Pero al menos él está bien. Sano. A salvo.

Una lágrima se mezcló con mi sonrisa.
La rechacé con la mano, inspiré profundamente… y fui a trabajar. >>



Cualquier tipo de pérdida es siempre dolorosa. Y afrontar una ruptura no siempre es fácil, al menos no para todo el mundo. Cada uno tiene su propio ritmo. Es importante tener presente que no siempre se trata de odiar, ni de olvidar, sino de afrontar una nueva situación, de construir nuevas rutinas, de mantenerse ocupado en tareas que nos motiven, concentrarse en el trabajo, apoyarse en los buenos amigos… en definitiva, de llenar los huecos poco a poco con esos pequeños detalles que consigan sacarnos una sonrisa.
A veces es una cuestión de querer, de esforzarse:
“Una lágrima se mezcló con mi sonrisa.
La rechacé con la mano, inspiré profundamente… y fui a trabajar.”



“… lo que recordé nada tenía que ver con el miedo a perder el control de mi coche (…) Recordé el miedo que sentía por su seguridad cada vez que llovía o el viento soplaba algo más fuerte de lo normal.”
Es curioso, pero este fragmento me recuerda a un libro que he leído recientemente: "Gente tóxica", de Bernardo Stamateas.
Hay un capítulo que habla de “los meteculpas”. Es interesante porque no solo se refiere a “meteculpas” en tercera persona, sino que también habla de ellos en primera persona, de aquellos que llegan a ser tan abnegados que resultan tóxicos para sí mismos:

“Eres una persona que ignora sus necesidades, hasta aún las más básicas, como comer, dormir, recibir afecto, estudios, etc. Obtienes más gratificación al cuidar a los demás que de ti mismo. Todos te describen como <<una buena persona>>; servir es lo máximo en tu vida. Si te pasan cosas buenas las compartes con otros, amas a todo el mundo, cuidas e inviertes en todos, excepto en ti mismo.(…)Habrá un momento determinado en la vida en el que necesitarás darte cuenta de que si tú mismo no satisfaces tus propias necesidades, nadie lo hará.”

Creo que la última frase lo dice todo.




Por último, hay una frase que no puedo dejar de comentar:
“De pronto todo el mundo vuelve a tener el mismo coche, o coches muy parecidos.”
Esto, a mí, me ha pasado. Hace tiempo ya, pero me ha pasado. Lo que ocurre es que QUIERES ver ese coche. Buscas SU coche. Y no fue hasta que me recomendaron un vídeo motivacional buenísimo cuando lo comprendí. Puedo decir, sin lugar a dudas, que fue uno de mis primeros puntos de inflexión para superar mi “mal momento”. Aquí os lo dejo, es una conferencia de Emilio Duró que ha dado ya muchas vueltas en internet, se llama “Optimismo e ilusión”:
  
Y un fragmento de ese mismo vídeo, la que en este caso más me interesa:

Pues bien, como dice Duró:
“La mente sólo ve lo que quiere. La que está embarazada, ¿qué ve? Más embarazadas. El que se rompe la pierna, ¿qué ve? Más piernas rotas. La realidad no existe: la realidad la creáis vosotros.”

martes, 29 de enero de 2013

Días yin, días yang


Hace tiempo, cuando empecé en la Universidad, tenía un Fotolog en el que vertía todos mis pensamientos, que lamentablemente eran negativos en un 90%. O incluso en un 100%. Sí, era de lo más pesimista. Me sentía profundamente desdichada, creía que todo mi entorno era incompatible conmigo, que estaba fuera de lugar… Bueno, un sinfín de tonterías de adolescente tardía que ha sido demasiado responsable en el tiempo en que debió manifestar todas esas tonterías: la adolescencia real.

La cuestión es que empezó como un desahogo puntual para la mente, pero pronto descubrí que a la gente leía (y seguía) los  relatos oscuros y melancólicos de lo que venía siendo mi desgracia particular. Y reconozco que cada vez me esmeraba más en elaborar la entrada del día. Fuera como fuese, me hacía feliz.

Y aquí estoy hoy, unos cuantos años después, con una carrera incompleta, una profesión sin futuro, un trabajo de media jornada en el que no alcanzo el salario mínimo y viviendo con mis padres, abuelos y hermana: soportando el estrés de cargar con una carrera no finalizada, de haber dedicado años, esfuerzo y dinero a estudiar para una profesión sin futuro, de que mi sueldo no alcance para independizarme, de las constantes indirectas-directas de mi familia acerca de mi fracaso estudiantil y por último, pero no menos importante sino todo lo contrario, de soportar las continuas acciones despectivas y en demasiadas ocasiones vejatorias de mi única hermana.

Contrariamente a lo que pueda parecer, esto no será un “dejá vu” de lo que, años ha, fue mi preciado Fotolog. No. Con el tiempo aprendí que la autocompasión sólo conduce a más autocompasión. Es un círculo vicioso del que, por cierto, no resulta nada fácil salir. Mis años de lágrimas me ha costado. Aún ahora hay días en que me siento tan en el subsuelo que considero seriamente si habré vuelto a la perdición de las lamentaciones.  Y además, al final la gente se cansa de escucharte. Incluso los mejores amigos.

Lo que quiero plasmar esta vez son los días Yin y también los Yang, las dos caras de la moneda, las nubes que encapotan por completo el cielo convirtiendo nuestro día en el más oscuro, pero también el sol más radiante. Y cómo, a pesar de todo, se pueden ver las cosas con perspectiva y alumbrar los días con una sonrisa, pues eso aún podemos permitírnoslo. Pero es sobre todo una manifestación de intenciones, ya que ser una persona positiva no es tan fácil como pueda parecer. Requiere esfuerzo. Unos días más, otros menos, pero esfuerzo al fin y al cabo. El primer paso es querer hacerlo. El segundo, hacerlo.

Reacción - Atracción

He decidido retomar este blog así, de repente, no porque haya tenido mucho éxito (todo lo contrario) ni porque espere que de pronto esto ca...