No hace
mucho conocí a una de esas personas que impactan en la primera conversación.
Era un chico extrovertido, simpático,
muy sonriente. Pero, sobre todo, era muy agradecido, con su entorno, sus más
allegados… y no lo sé porque dijera ‘gracias’ en dirección al asiento que yo
ocupaba cuando le acerqué el servilletero, no. Lo sé porque eso (ser
agradecido) es una actitud. El chico tenía agradecimiento para exportar, y eso
se percibía.
Además
mostraba un interés muy sincero por los que compartíamos con él lo que era una
simple caña de media tarde. Me quedó grabado un momento específico, una lección
de vida, por definirlo de alguna forma:
“Ya sabes, los límites los pones tú mismo. Márcate objetivos pequeños y realistas, y poco a poco, objetivo a objetivo, alcanzarás metas más grandes, esas que al principio parecían inalcanzables de tan utópicas.”
En
definitiva, es una de esas personas que hacen que te sientas una especie de
superhéroe que sobrevive día a día a los ‘teje manejes’ de un universo caótico,
cuando realmente siempre te has considerado una persona normal y corriente que
madruga cada día para ir a trabajar. Eras del montón y de pronto eres
“awesome!”. En mi mente, no podía dejar de compararlo con un orador
motivacional, pero sin el uniforme de traje y corbata.
Sin duda lo
que más me impactó fue la libertad que se tomó para compartir con nosotros aspectos
muy personales de su vida privada, sin tapujos ni tabúes, sin pararse a
considerar que éramos unos extraños ‘amigos de su amigo’ a los que acababa de
conocer y que tal vez podríamos manejar esa información irrespetuosamente. Así,
con total naturalidad, nos contó cómo, a pesar de ser consciente de que padeció
fuertes carencias afectivas durante su infancia, tiene recuerdos muy felices de
la misma con su familia.
Al cabo de
cinco minutos o menos nos tenía a todos enganchados a la historia, con las
miradas clavadas en él, sin apenas parpadear, escuchando lo que desde luego
parecía un drama de película americana pero que era, al fin y al cabo, la vida
misma. Ya se sabe: en todas las familias se cuecen habas.
Sólo
destacaré un detalle que se reflejó en todas nuestras caras como
‘cejas-ojos-boca caídos y cabeza ladeada hacia la izquierda’: tristeza, sentimos
todos una empatía inmediata hacía él… y mucha tristeza. De niño fue muy
introvertido y callado, siempre reflexionando sobre sus ‘cosas de niño’, y de
adolescente su actitud siguió prácticamente la misma línea. No tenía amigos
íntimos, ni amigos no íntimos. Era el responsable, el empollón y el ‘freak’ de
la clase, pero nunca el delegado porque no era tampoco el popular. Hasta aquí
podría haber definido a millones de adolescentes retraídos o tímidos. Lo que lo
diferencia de muchos de ellos es el hecho de que sufrió maltrato psicológico
por parte de hermanos y padres. Él no lo denominó maltrato, aunque escuchar
diariamente descalificativos del tipo: “a ti quién te va a querer”, “tú no
sirves para nada”, “no me extraña que no tengas amigos”, “sólo eres un
estorbo”, “ojalá nunca hubieras nacido”, “a ver si te mueres”, “me avergüenzas”
o “eres burro” entre otros es, bajo mi punto de vista, MALTRATO, así, en
mayúsculas.
Pues bien,
estábamos todos a punto de pedir kleenex, con la tristeza reflejada en el
rostro, cuando se quedó en silencio y exclamó:
“¡Suficiente! Cambiad esa cara de amargura. He pasado momentos difíciles, y durante mucho tiempo he sido demasiado crío para saber afrontarlos. Pero con el tiempo he aprendido a defenderme. Y a pesar de todo nunca he olvidado sonreír y, sobre todo, nunca he olvidado valorar las cosas buenas que me han pasado cada día. Tengo estudios, un trabajo que me motiva y apasiona, un piso en alquiler en una ciudad maravillosa, amigos con los que disfruto mi tiempo libre y mucha energía para seguir sonriendo día a día. No ha sido fácil llegar hasta aquí, no puedo mentir. Pero cada pequeño logro ha derivado en una gran satisfacción. Y ha merecido la pena. Por eso os he contado todo esto: porque soy consciente de que mis penurias no son únicas y todos tenemos historias oscuras que harían picadillo una, o dos, o tres cajas de kleenex; y para que, incluso en los momentos más difíciles, no olvidéis sonreír.”
Y así, una
tarde cualquiera de un mes cualquiera, en una ciudad cualquiera, salieron de
una cafetería cinco personas muy sonrientes, alegres… felices. Y sintiéndose
superhéroes en el día a día de un universo caótico, del suyo.