miércoles, 27 de febrero de 2013

Independencia emocional


Durante años he focalizado el origen de mi felicidad en una persona. Así, cuando esa persona estaba a mi lado para escucharme, abrazarme, sonreírme, consolarme o besarme… simplemente era feliz. Sonreía sinceramente, eso no se puede negar. Esos instantes de felicidad me convertían en una persona optimista, y realmente afrontaba con mucha más energía mi día a día: el estudio de una carrera frustrada, la inútil búsqueda de trabajo, el regreso, cada día, a un hogar desestabilizado… Todas las insatisfacciones anteriores a él, con él a mi lado se habían convertido en más llevaderas.
El problema es que esos momentos eran, cuanto menos, escasos. Tanto era así que intentaba por todos los medios alargarlos, muchas veces, o siempre, en detrimento de mi propia salud y seguridad. Incluso cancelaba mis propios planes para poder pasar tiempo con él, sin que me lo hubiera pedido. Hubo un tiempo en que ya no hacía planes, sólo esperaba su llamada.

Hoy veo las cosas desde una perspectiva más sobria y aún así me cuesta y me duele decir que estaba enganchada a una relación que absorbía toda mi vitalidad y no me aportaba absolutamente nada. Me sigue doliendo porque estoy convencida de que le quería. Y aún así hace tiempo que sé que, emocionalmente, dependía de él. Tras cada ruptura intentaba “desengancharme”, aunque por lo visto no con la fuerza suficiente, pues siempre que él volvía a mí, yo volvía a él. Y cada vez que volvíamos a nosotros, volvían también  la frustración, la inseguridad, los celos, el miedo y la dependencia, con fuerzas renovadas.

Hace un año pasé momentos difíciles. Siempre fui una persona de objetivos y metas. El problema es que llevaba años tan sumida en mi vorágine de autocompasión masoquista que había olvidado por completo que las metas se componen de pequeños objetivos, y que debemos ir salvando uno a uno, poco a poco, gradualmente, para crecer como personas y experimentar la satisfacción que lograr tus propósitos supone. Parece muy tonto, pero cumplir 25 años con la carrera sin finalizar, sin oficio ni beneficio, viviendo con mis padres y sin pareja supuso para mí un motivo clarísimo de depresión.
Sin embargo, fue ahí, cuando más hundida creí estar, cuando reaccioné por fin.

Hoy, un año después, no puedo decir que haya alcanzado todas mis metas. Pero sí puedo decir que, con tesón, lo que parece imposible no siempre lo es. Tras enviar muchos, muchísimos currículums, y tras varias entrevistas, conseguí por fin un empleo, y a los seis meses me hicieron fija.
No todo es perfecto, claro. Sigo viviendo con mis padres y padeciendo muchas veces situaciones dolorosas. No he finalizado mis estudios. Y en ocasiones, sin quererlo, sigo extrañando a esa persona con la que pasé tan buenos momentos.

Y sin embargo, estoy bien. He aprendido que cada triunfo puede ser tan grande como yo misma quiera, y no tan pequeño como el mundo quiera hacerme creer; y que los objetivos cumplidos no sólo nos enorgullecen, sino que también nos fortalecen y nos inyectan la motivación necesaria para afrontar los que están por venir. Pero más importante: he aprendido quién soy yo, YO, no esa persona que se proyectó de lo que era otra; que YO he conseguido cuanto tengo ahora, con mi esfuerzo; que puedo conseguir más si me lo propongo y lo afronto con el ahínco necesario; y que soy lo suficientemente fuerte para enfrentar y superar esas situaciones en que soy más vulnerable a recaer en la dependencia de antaño, que existirán siempre, pero no siempre tendrán la capacidad de dañarme.

De nuevo debo dar las gracias a mi querido Sloan: primero, por ser siempre mi paño de lágrimas; segundo, por quererme en cada momento más de lo que yo misma me he querido, y poco a poco ayudarme a valorar cuanto él veía en mí; y tercero, por regalarme el maravilloso libro de Lucía Etxebarría “Ya no sufro por amor”, gracias al cual he terminado de ver clara mi propia actitud, y he puesto nombre y solución a los problemas que no me dejaban vivir. Gracias.

domingo, 17 de febrero de 2013

Escribir bien


Mi bisabuela escribía muy, muy bien. No hace mucho mi abuelo me contaba orgulloso los premios que había recibido en la escuela por máxima asistencia, pero también "por ser la más lista". Además tenía una caligrafía hermosa. Sí, HERMOSA. Escribía las mayúsculas con mucha floritura. También las minúsculas, pero más las mayúsculas. Sus cartas parecían una oda al rococó más barroco. 

Mi abuelo sin embargo no aprendió a escribir hasta que hizo la mili, en Madrid. Como él dice, antes ibas a la escuela si querías, y si no, pues no. Él sabía leer muy bien, pero no escribir. Nada. Cero. Así que cuando se fue y empezó a recibir las cartas rococó de su madre pidió a un compañero que le escribiera la correspondencia. Mi bisabuela, al recibir noticias, se alegró, pero fue tajante: debía ser él quien escribiera las cartas; en caso contrario no recibiría más cartas suyas. Así que mi abuelo, con paciencia, escribió su primera carta. Le llevó muchísimo tiempo, me dijo. Y no le quedó para nada bonita. Y en la respuesta, mi bisabuela le contó que le había costado un poco entenderla, pero que finalmente lo había hecho. Y a continuación le explicaba qué errores había cometido. Y le animaba a seguir escribiendo. 
Así, poco a poco, con tesón, mi abuelo aprendió a escribir. Imitando la letra barroca y hermosa de su madre. 

Hoy aprendemos a escribir siendo párvulos, y le damos la mínima importancia. 
Así es que no nos importa escribir 'habría la puerta', 'abría ido', 'habían muchos peces', 'alomejor voy', 'haber si nos vemos', 'deve de aver poca gente', 'fui haver una esposición', y un largo etcétera de puñaladas al diccionario.

A la gente le da igual. No existe ni se ve preocupación alguna por haber escrito semejantes aberraciones, que no 'aver escrito'. Así nos va...



A continuación, el artículo de El País que esta mañana trajo todos estos recuerdos a mi mente. Mi enhorabuena a Elisa Silió, la autora, por tan sabias palabras. Me ha encantado.

"El que escriba 'haber' no debería graduarse":

jueves, 14 de febrero de 2013

Las barbaridades de Bárbara




“Las barbaridades de Bárbara” es un libro infantil que, a mis casi 26 años, me encantó. Incluso me emocionó. Ya se sabe, ¡la infinita sabiduría de los niños! Me acordé muchísimo de mi prima pequeña, de todas sus preguntas ingeniosas y respuestas que todavía lo eran más. La perplejidad con la que observábamos sus razonamientos de adulto atrapado en un pequeño cuerpecito.

El que este libro cayera en mis manos fue una casualidad entre las casualidades. Estaba en una estantería ajena, de una casa ajena, de un pueblo a mucha distancia del mío propio. Y lo vi, claramente, entre tantos otros. La razón principal: mi mejor amiga se llama Bárbara, y solía decirle a menudo que es “una barbaridad de mujer”. Y lo es, lo es. Su respuesta ante mi hallazgo fue, ni más ni menos: “¡Sabía que alguna vez escribirían un libro sobre mí!”. 
Y luego está la autora, Rosa Montero (@BrunaHusky). La conocía, me sonaba, me daban vueltas en la sesera los interrogantes de por qué, cuándo, dónde… Finalmente recordé que era la autora de los artículos que mi profesora de literatura elegía siempre para clase.

Fuera como fuere,  me había impresionado, y casi sin darme cuenta ahí estaba yo: en casa ajena,  en un pueblo a muchísima distancia del mío, devorando con avidez las páginas repletas de las aventuras de la pequeña Bárbara. Mi amiga me observaba tan confusa que en ocasiones no podía evitar reírme. “Pero, ¿te gusta ese libro?”
Por supuesto que me gustaba. Son historias para niños, claro está. Pero hay que ver más allá, como por ejemplo los siguientes fragmentos, tan inspiradores, motivadores y ciertos como la vida misma:

“El problema es que tú te crees que tienes miedo y te asustas a ti misma. Lo que tienes que hacer es pensar que eres valiente y decirle a todo el mundo que eres valiente y verás como así no tienes miedo.”
“Después de aquello ya no volvieron a meterse con Kim, porque resultó que es un tío listísimo, sabe inglés, francés y no sé cuantos idiomas más y aprendió español en dos semanas, y es tan bueno en matemáticas que en las evaluaciones termina antes que nadie, le da tiempo a hacer su examen y por lo menos dos más; ha montado un negocio que consiste en hacerle a escondidas la evaluación a otro, previo pago de 500 pesetas. Jonás ya le ha comprado un par de exámenes, así es que se han hecho amigos, tienen una buena relación comercial. No hay como tener algo que ofrecer para que te respeten.”
“Te voy a dar un consejo. Verás, si se meten contigo los otros niños es porque tú les dejas. Y digo que les dejas porque les haces demasiado caso, porque te miran como si fueras tonta y tú entonces te crees una tonta. Y no es verdad. No dejes que sean los demás los que te digan a ti como eres, sino que debes ser tú quien les diga cómo eres a los demás.”
“¿Y ahora qué era lo que yo había hecho mal, si había sido la más buena de toda la noche, si no había llorado como el Baboso, ni me había ido de la habitación como el Marciano, y encima me había comido todo? Pero es que no hay como portarse mal para que tus padres te mimen y te hagan caso. Empiezo a sospechar que a los padres les gusta perdonar a los hijos revoltosos, y por eso a los buenos ni los miran.”
“En realidad me alegro de que se haya ido. Porque es muy bonito eso de estar enamorada, pero la verdad es que es un lío, y además cansadísimo. Creo que prefiero las películas.”
“Es mundialmente conocido que cuando las madres quieren que les hagas un favor, normalmente te lo venden como si el favor te lo estuvieran haciendo ellas a ti. Son muy cucas, las madres.”

Y ya. No pondré más nada. El libro es genial. Altamente recomendable, para los más grandes, y para los más pequeños. Si algún día tengo hijos, espero recordarlo. Seguro que sí. 

Primos




Poca gente no habrá visto esta película. Es una comedia de Daniel Sánchez Arévalo (@sanchezarevalo) que  se estrenó en 2011 (espero que lo siguiente no sea un spoiler para nadie).

Yo la vi esta semana por segunda vez. Me apetecía reírme un poco, estaba en un día de moral baja, uno de esos en que una mala noticia te arruina por completo el buen humor de los despertares más rockeros. ¡Pero qué se le iba a hacer! Las malas noticias también forman parte de la vida. Y quizá sin ese bajón no hubiera re-visto esta gran película.

Funcionó. Está claro que funcionó. Reí en todos y cada uno de los momentazos cómicos que ofrece. Pero además me sirvió de recordatorio de aquella primera vez que la vi, de cómo dos escenas  en concreto pusieron en marcha mi pensamiento.

La mejor, sin duda alguna, para mí, es:

“Ése es el momento. Ése es el momento en el que todo se va a la mierda. Te crees que controlas. Que eres el rey del mambo. Pues nada más que eres un gilipollas que no controla nada. Y un día llegas a tu casa y ya no está. Te crees que puedes hacer lo que te salga de la punta de la polla que ella te va a esperar siempre, que no tiene vida, que su vida eres tú.
Go with the wind…”

Y el otro, cómo no, el tierno final:

“-Me voy a comer este sobao. ¿Es el primero que se cruzó en mi camino? Sí. Pero antes de cogerlo he barajado otros sobaos y éste es sin duda el que más me ha gustado. Por eso me lo voy a comer, porque tengo hambre. Hambre de muchas cosas. Pero me lo voy a comer despacio. Y lo más importante es que es una decisión mía. Sólo mía. La primera que he tomado en varios días. La primera, pero no la última. Desayunar no es tan fácil como parece.
-¿Me estás comparando con un sobao?
-Es lo primero que he pillado.”

Seas quien seas y se muevan por donde se muevan las circunstancias de tu vida, siempre hay escenas de películas o párrafos de libros o estrofas de canciones que te traen algún recuerdo a la mente. En este caso mi recuerdo era triste. Hoy por hoy, he vuelto a ver esta película y he reído, y soy consciente de que los tormentos pueden parecer insuperables, pero pasan, como el mío ha pasado. 

Reacción - Atracción

He decidido retomar este blog así, de repente, no porque haya tenido mucho éxito (todo lo contrario) ni porque espere que de pronto esto ca...