Tengo una
buena amiga que hace tiempo pasó por momentos difíciles. Recuerdo cómo su
optimismo y su sonrisa se fueron apagando poco a poco para convertirse en
tristeza, apatía y mal humor. Su entorno más cercano cada vez la oprimía más,
ahogaba su espíritu y sus metas, encasillándola en descripciones que nunca hizo
suyas y en las que nunca consiguió destacar. Moría cada día un poco, sangraba
con cada lágrima derramada, lloraba con cada reproche recibido. A medida que se
alejaba de sus propios objetivos fracasaba más en los que le eran impuestos.
La lista de
fracasos, interminable, la atormentaba en sueño e insomnios. La decepción
familiar encabezaba el cuadro de torturas, y pronto se vio sumida en una
espiral, la famosa espiral de la depresión: nula autoestima, pesimismo,
ansiedad, tristeza, llanto, culpabilidad, incapacidad de tomar cualquier tipo
de iniciativa, de sonreír, de disfrutar… Autocompasión.
Autocompasión
es sin duda el peor de los síntomas, porque ésta se alimenta de la preocupación
y de los consejos ajenos, y los amigos no pueden escuchar eternamente la misma lista de fracasos sin cansarse. Lo hacen, se cansan, porque son humanos y
porque además tienen vida propia. Sin embargo la autocompasión no verá eso,
verá abandono, desamparo, y añadirá todos esos sentimientos a la ya famosa
“lista de fracasos”.
Mi amiga
supo que tocaba fondo cuando levantarse de la cama suponía un esfuerzo
insalvable para ella. No sabía vivir su vida ni deseaba hacerlo.
Sin embargo
un día todo cambió. Miró en su interior y descubrió el atisbo de lo que un día
fue, la sonrisa de una chica llena de ganas de vivir, viajar, descubrir, saber,
conocer… La sonrisa de alguien que deseaba sonreír y ser feliz. La agarró
fuertemente de la mano, con intención de no soltarla nunca, y salió a la calle
con ganas de ser de nuevo ella misma, poco a poco, meta a meta, sonrisa a
sonrisa… con la imagen de la persona que solía ser siempre en mente, y una
única intención: sonreír. Descubrió que un pequeño logro te inyecta la fuerza
suficiente para afrontar el siguiente y que un pensamiento positivo atrae
momentos positivos. Fue muy difícil, y sufrió recaídas, como es natural, pero
con el tiempo supo que el esfuerzo de sonreír, sin duda alguna, merecía la
pena.
Conozco muy
bien la historia porque la chica optimista soy yo misma, y la pesimista es la
persona que solía ser. Tú misma eres tu mejor amiga. Recuerda a tu yo
pesimista, cada día, por qué merece la pena esforzarse por sonreír. Y hazlo.
Sonríe. Y sé feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario